Publicado en General     19 de junio de 2017

Fin de curso

Cuando termino la temporada, suelo echar la vista atrás sobre los logros que he conseguido y los objetivos que, por el contrario, se han quedado por el camino. Pero cuando eres entrenador de jóvenes atletas, supongo que a todos los que lo sois os pase, no repasas tanto los objetivos deportivos, sino lo que has conseguido aportar a tus alumnos, más allá de correr más rápido o saltar más lejos.

Entrenar o trabajar con jóvenes es un mundo apasionante. Siempre he visto la figura del entrenador como alguien capaz de influir en sus alumnos casi como un padre y, por tanto, con la gran responsabilidad de que esa influencia sea positiva, no sólo con palabras, sino con el propio ejemplo. Mi entrenador de la infancia ha marcado mi forma de comportarme en una pista, pero también la forma en la que veo otras situaciones de la vida, porque el deporte marca tu carácter fuera del atletismo y, para bien o para mal, te influye en todos los ámbitos en los que interactúes.

 

Yo soy novata como entrenadora, con sólo tres años de experiencia. Pero he vivido muchas cosas como atleta y tengo bastante claro lo que me gustaría que vivieran mis alumnos y lo que no, aunque en la práctica sea difícil conseguirlo. Además, soy hija y sobrina de profesores de vocación, de esos que se traían los problemas a casa. Llevo toda mi vida leyendo y escuchando cosas sobre educación, y creo que me gusta porque, en parte, lo llevo en los genes.

Cuando empezó el curso, me planteé inculcar la cultura del esfuerzo a través de la motivación. Porque los niños no tienen claro, como nosotros, que las cosas sin esfuerzo no se consiguen y que, a mayor trabajo, mayor recompensa. Los niños, todos, son cortoplacistas y no miran más allá de los 15 minutos de trote que tienen que hacer para calentar y que, por supuesto, no les apetece. Así que mi trabajo se basó en reforzar sus cualidades para hacerles ver que las tenían y que, si trabajaban, podrían ser mejores. Todos tienen cualidades, cada uno las suyas y, el no compararse, era otra de las asignaturas pendientes. Qué difícil y, a la vez, qué bonito, es intentar que un niño sepa medirse a sí mismo a través del esfuerzo y vea su recompensa sólo en su propia mejora.

El sábado terminó una temporada atlética en el Club de Campo La Fresneda, y yo finalizo con una sensación contradictoria. Por una parte, tenía ganas de terminar. Pero por otra, me da muchísima pena porque, hoy, que tendríamos que tener clase, ya les echaré de menos. También me voy satisfecha. Porque, independientemente de los buenos resultados deportivos, que los hubo, creo que los niños han dado un paso en su futuro como atletas. Saben esforzarse, escuchar, respetar a sus rivales y disfrutar de lo que hacen.

En una sociedad en la que no se confía en los jóvenes, yo me encuentro ante atletas que, con sus protestas, sus miedos y su apatía en ciertos momentos, propios de la edad, vienen a clase a aprender, a divertirse con sus amigos y a demostrarme que son capaces de hacerme reir y enfadar en el mismo minuto, siempre desde el respeto y la educación que sus padres les han enseñado.

En septiembre empezamos de nuevo, y sé que no todos volverán. Algunos emprenden un nuevo camino lejos de casa. ¡María, te echaremos mucho de menos! Es momento de descansar y plantearse nuevos objetivos. ¡Buen verano!

2 comentarios “Fin de curso

  1. Pilar el

    Estoy totalmente segura de q no te olvidarán nunca.
    PUEDES SENTIRTE MUY ORGULLOSA. YO SIEMPRE TE ESTARÉ AGRADECIDA X TODO.?

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