Recuerdo como si fuera hoy lo que sentí el día que me diagnosticaron la artritis. Recuerdo que cuando se cerró la puerta de la consulta no podía parar de llorar. El diagnóstico era bastante probable, pero no cierto hasta que no lo dijera un especialista. En ese momento no pensé en el atletismo ni en si podía correr más o no, aunque haya sido una de mis preguntas frente al doctor. Sólo pensaba en qué iba a ser de mi vida, yo que era tan activa, con una enfermedad de este tipo.

Sentí miedo, incertidumbre y ganas de meterme en la cama y no salir nunca más. Pero no lo hice. Saqué la atleta luchadora que llevo dentro y “corrí”, confiando en que yo podía volver a ser igual que antes, y que la vida tenía muchas cosas preparadas para mí, más allá del atletismo. Pero también sabía que esto era una prueba de fondo y estaba convencida de que recuperar mi “vida normal”, como tanto me decía la gente, pasaba por volver a competir en el deporte que me apasiona desde niña, al nivel que fuera.

A partir de ahí viví al día, pensando sólo en lo que debía hacer para conseguir mi objetivo, y sin lamentarme por lo que me pasaba. Fueron pasando los meses (incluso los años), hasta que pude empezar a moverme y calzarme unas zapatillas para correr. No os voy a dar más datos porque habéis seguido mi evolución por aquí, pero os cuento esto porque desde que el domingo crucé la meta, no he parado de dar vueltas a lo largo y duro que ha sido todo el proceso.

Llegué a Gijón nerviosa, pero a la vez muy ilusionada. Acompañada por mis padres, como de costumbre, y de mi hermana pequeña. La noche anterior había hablado con Paco sobre la carrera, y ese fue el primer síntoma de que íbamos a competir. Cuando fui a por el dorsal y calenté empecé a emocionarme. Muchos amigos y compañeros me mostraban, con un cariño que nunca olvidaré, que me echaban de menos y se alegraban por mi vuelta. El puesto en carrera era lo de menos, pero quería sentirme competitiva y salí a darlo todo, al ritmo que yo consideraba correcto para ese momento. Sufrí, pero la emoción por hacerlo me hizo disfrutar como nuca. Cuando entré en la recta de meta no puedo ni explicar lo que sentí.

¡Lo había conseguido! Había ganado mi primera batalla contra la artritis (sé que habrá más) y no podía dejar de llorar por la emoción. En esa meta se terminó el sufrimiento de los últimos dos años y medio, y comenzó una nueva etapa llena de sueños renovados. Estoy muy orgullosa de mí misma por haberlo conseguido, y a la vez muy agradecida por todo el apoyo que he recibido.

A partir de ahora, sólo me queda disfrutar de lo que venga. He conseguido dejar de ser una chica que está enferma (aunque lo siga estando) para volver a decidir sobre lo que quiero ser. Tomo las riendas de mi vida y de momento, tengo claro que quiero pelear con fuerzas por todos mis objetivos. Si los consigo o no, no importa demasiado porque siempre me sentiré ganadora. ¡Gracias por ayudarme a conseguirlo! 

“No se puede derrotar al que nunca se da por vencido” Babe Ruth.